Clarisse Lispector:

"Não me dêem fórmulas certas, porque eu não espero acertar sempre. Não me mostre o que esperam de mim, porque vou seguir meu coração! Não me façam ser o que não sou, não me convidem a ser igual, porque sinceramente sou diferente!"

Clarisse Lispector.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Contra la Violencia, A favor de una nueva Sociedad

Alguien sugirió, alguna vez, que la revolución termina devorándose a sus propios hijos. La violencia también lo hace. Hoy, que se conmemora el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, necesitamos pensar cada vez con más seriedad cómo hacemos los varones para escapar de esta trampa de la violencia en la que los varones  jugamos el rol de victimarios, y a la vez de víctimas.

Víctimarios de una forma de entender las relaciones de género en la que creemos (de manera ilusa) que sometemos a alguien a nuestros deseos, por el imperio de nuestra fuerza, por el ejercicio arbitrario del poder. Creemos que la degradación afecta al sometido (niño, niña, mujer, persona adulta mayor) y que eso nos hace mejores: semejante alienación no nos deja ver que también nos hemos degradado, pero que nuestra degradación está consagrada por la costumbre. Así, el cristal con que vemos nuestra propia conducta masculina está opacado por siglos de soberbia, legitimada hasta por "libros sagrados" que narran y sustentan la falsa "superioridad" masculina sobre la femenina.

Victimarios en una cultura en la que se normaliza todos los días una burda versión de Darwin: la superioridad del más fuerte en todos los campos de la vida. Esa visión precaria y sin mayores argumentos, de la naturaleza como escenario de lucha de todos contra todos es decididamente falsa porque está basada en atribuirle a la naturaleza cualidades humanas. Y más específicamente, las cualidades de una sociedad (la occidental) en la que se afirma cada vez que se puede, el triunfo del varón sobre la mujer. Es un modo de confirmar que también la naturaleza juega a favor del varón, del macho. En la naturaleza, en el mejor de los casos, alternan cooperación y competencia, fuerza individual y colaboración (aunque siguen siendo conceptos  de la vida humana); mientras que si la cultura tiene la función de humanizarnos, mal hacemos en tomar a esa misma imagen de la naturaleza (que nosotros inventamos) como ejemplo.

Pero cuando alguien (un individuo, un grupo, un colectivo) toma conciencia de este dato del ejercicio del poder desigual como parte de las relaciones de género, no sabemos  reaccionar sino con más represión, cuando no con indiferencia. ¡Qué triste y patético papel el de los golpeadores, el de los que "corrijen", el de los que no tienen/no saben/no pueden/no quieren otra manera de vincularse con sus familias --palabra que, dicho sea de paso, proviene del latín, y que significa servidumbre--; o con su entorno.

Y que no se hable aquí de las excepciones. No van a faltar las racionalizaciones ante lo evidente y lo contundente: "fulano es bueno", "ellas también provocan violencia", "el mundo es así", "si no sabes por qué la golpeas ella lo sabrá", "a ellas les gusta, en el fondo, el carácter recio". El primer paso para salir de esta odiosa condición de victimario/víctima es reconocer que somos el problema. Eso requiere un coraje y una valentía verdaderos, auténticos. Y más coraje requiere todavía el comenzar a pensar cómo cambiar nuestros hábitos, así como el de nuestros niños y nuestras niñas. Y por muy complicado que sea intentar el cambio, los resultados no pueden ser peores que los actuales: el crecimiento del femicidio, el crecimiento de la paternidad irresponsable, el aumento de la violencia intrafamiliar, la creciente cantidad de muertes materno-infantiles, la escasa presencia femenina en el mundo político.

Hoy no es cuestión de enviar flores y pedir perdón, aunque el perdón tiene la fantástica propiedad de hacer que las cosas comiencen de nuevo. Nos tenemos que reclamar coraje: un coraje que  no tiene que ver con el coraje militar y guerrero que forman parte del ideario de la masculinidad. ¡Un coraje con el cual le dimos a la violencia la condición de parámetro válido para generar valores culturales positivos! Un coraje, el guerrero, que en algún tiempo habrá sido útil (uno sabrá cuando), pero que tiene en el Paraguay paradojas que las mentes más lúcidas e intelectualmente honestas del patriotismo guerrero no quieren ver, ni saben cómo explicar: héroes de la guerra que protagonizan episodios bochornosos en tiempos de paz, y permanecen impunes en el tribunal de la historia; días de festejo, como el de la niñez, en que conmemoramos masacres en lugar de la vida, o el de la mujer, en que aplaudimos su ingreso a las filas de la guerra...

El coraje que precisamos es infinitamente mayor. Es un coraje que se rebela frente al absurdo, a lo injusto de instituciones tan centenarias que nos olvidamos de sus orígenes y no reconocemos sus perversidades. Y recursos para encontrar ese coraje no nos faltan. Nos falta la humildad para ingresar a ese sitio,  al lugar donde habitan el diálogo, la capacidad de encuentro, el respeto por los demás, el aprender a decir "tenés razón"... Es el coraje del constructor, no del destructor...

Hoy, este 25 de noviembre nos encuentra en una situación muy particular. "A lo macho", la posibilidad de un conflicto bélico entre las Coreas (una de ellas dotada de armamento nuclear), se cierne negra sobre el mundo entero. Si ocurriera un conflicto nuclear, este texto o cualquier otro, probablemente nunca más existan, ni sus lectores y lectoras. Este mundo donde se cree que la guerra (la competencia para determinar quién es más fuerte) va a solucionar algo, puede desaparecer bajo esta exhibición impúdica de desprecio por la vida humana, y de estupidez. Con el agravante de que pudiera llegar a ser la última estupidez que la humanidad cometa. Y eso debiera de servirnos de suficiente advertencia, para ver a dónde conducen, en último término, las relaciones basadas en la fuerza desigual.

No hace falta que eso ocurra: hoy es el momento de reconocer que hemos caído en nuestra propia trampa, pero que la salida radica en nosotros mismos.

 de David Velázquez Seiferheld
Asuncion, Paraguay

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